Árbol {Hija pt.4}

Domingo por medio, los padres de Valentina alternaban visitas a casa de los abuelos de cada lado de la familia.
Ir a casa del abuelo materno, no era tan laborioso, a lo mucho estaba a 15 minutos de puerta a puerta.
El anfitrión de la mansión era Don Demetrio Altamirano, un hombre viudo de unos sesenta y tantos, que había labrado su fortuna en base a un trabajo de toda una vida viviendo en minas de oro, picota y pala en mano desde los doce años, hasta que su salud no pudo acompañarlo más. Hoy por hoy, invadido hace años por la silicosis, cuya dependencia al oxígeno comprimido lo obligaba a desplazarse en una silla de ruedas. Valentina no tenía recuerdo de haberlo conocido antes de que la enfermedad lo dominase, y solo vivió para verlo deteriorarse con los años.
Los días domingo se congregaban en una larga mesa sus 7 hijos y 2 hijas, con sus respectivas esposas y maridos, y en otra mesa, un poco más larga, se ubicaban la treintena de nietos que estos le habían dado.
Luego de almorzar los adultos bebían por horas licor de menta, manzanilla y fernet; y los chicos se lanzaban tardes enteras en la piscina, los mayores haciendo competencias improvisadas de nado, los más pequeños aprendiendo a nadar a la fuerza.
A una hora de allí, se encontraba la casa de sus abuelos paternos; Aurora y Alfonso. Él, panadero desde que su padre le había enseñado el oficio, cuando aún no había cumplido los diez años, en la década de los 40's; ella, una apasionada maestra de escuela, que había jubilado al cumplir los 50, pero había encontrado en sus nietos la motivación de seguir formando niños con valores, aunque solo los viera una tarde a la semana.
En el patio, se eregía un imponente lúcumo, del que su abuela sacaba algunos frutos para cocinar unos postres exquisitos.
Por ese lado, Valentina no tenía más de 8 primos, casi todos mayores que ella, por lo que su infancia no fue muy cercana a ellos; como sí lo fue mucho más adelante.
Cuando visitaba a sus abuelos, se sentaba en el columpio que su abuelo le armó un día en el árbol. Se balanceaba durante horas, soñando con su futuro, disfrutando de su presente.
Allí, sus tardes se hacían eternas, tan eternas como años más tarde lo sería para ella el frío pasillo de la morgue.

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