Cerrojo {Hija pt.7}

Al ingresar, la invadió un suave aroma a canela, proveniente de un frasco abierto, situado sobre la mesa de granito de la cocina americana. Valentina casi siempre echaba a hervir unas ramas con rodajas de naranja en su casa; eso le traía recuerdos de su madre, cuando de pequeña le cocinaba avena, o arroz con leche. La miraba atenta mientras echaba a cocer la leche y las ramas de canela, y le añadía, según si era desayuno o postre, avena o arroz.
Puso la cacerola al fuego con agua suficiente, y el par de ramas más aromáticos que encontró en el frasco.

Continuó explorando. Se encontró con un estante que albergaba una colección de libros de bolsillo, de diferentes autores, unos 30 en total, que a ella le habría demorado varios años en leer.
Junto a un sillón celeste de dos cuerpos, encontró un tocadiscos, que debía llevar más tiempo que ella en este mundo. La etiqueta del disco que estaba dispuesto a tocarse, decía "Nocturno Op. 9 n.° 2 - Frédéric Chopin". Encendió el tocadiscos, y un piano dulce invadió la sala, mezclándose con el olor a canela en el aire. Una extraña sensación la hizo descansar en el aire por un momento. 

Avanzó por el pasillo del departamento, seguida por Chopin y la estela de canela; y entró en la habitación en la que fue encontrado su padre.
Se sentó sobre la cama y recorrió con la mirada, cual búho a la medianoche en busca de respuestas. Su barrido se cruzó con una cerradura diminuta, que le sonreía desde un cajón de pino.

Pensó en la tercera llave, la introdujo en el cerrojo y el calce fue perfecto. El mecanismo crujió débil en el aire, dándole a conocer un pequeño tesoro que la estaba esperando impaciente.

Al abrir el cajón se encontró con un pequeño álbum de fotos, de tapa de imitación de cuero negro y bordado de hilos grises, y un broche que lo mantenía contenido. Sintió que aquel botón le gritaba que lo desprendiera, se sentó sobre la cama en la que había dormido su padre hasta hace un par de días atrás, y lo recorrió página por página.

Un sobre tamaño americano cayó sobre sus piernas desde el interior del libro que sostenía en sus manos. Lo recogió y leyó su nombre escrito con tinta negra.
Al abrirlo, una carta escrita con el puño y letra de su padre la miró fijamente a los ojos, y no la soltó hasta que no hubiese terminado de leerla.

Al acabar, sus ojos llenos de lágrimas no podían distinguir forma alguna; y le pareció que estas no pararían nunca de salir. Suspiros ahogados se desataron desde su garganta, y presionando la carta contra su pecho, sonrió para sí.

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