Arcilla {Hija pt.6}

Sentada en el autobús, camino al departamento que había habitado su padre hasta hace un par de días, aún era incapaz de dimensionar lo que estaba viviendo.
El hombre que la abrazaba cuando tenía pesadillas a los tres años; que empujaba su columpio a los seis; que en plena adolescencia le enseñó a conducir; y sin mayor explicación se marchó de casa antes de que ella cumpliese los dieciocho; ahora yacía sobre una fría camilla de acero inoxidable.

Al salir de la morgue, le entregaron las pertenencias de su padre: un chaleco de hilo de color verde, algo descocido en los puños; una camisa blanca, a la que le faltaban un par de botones, y los que le quedaban pendían débiles de sus costuras; un pantalón caqui color té con leche, de apariencia mejor cuidada que las otras dos prendas; un par de zapatos marrones a medio lustrar; y un maletín cerrado con llave, del que colgaba un llavero.

Le contaron, al entregarle las cosas, que al momento de ser encontrado, su padre abrazaba el maletín, como si quisiera llevárselo con él; como si quisiera que se lo entregaran a la persona que fuese a reconocerlo al hospital. Colgando de una hebilla de la valija, estaban atadas las llaves del departamento de su padre; eran tres llaves, dos parecían ser de una puerta; la tercera, más pequeña, tendría que averiguarlo más tarde. Lo que sí pudo comprobar era que ninguna de las tres llaves abría el pestillo del maletín de cuero que llevaba entre las manos.

Era fácil reconocer el edificio al que se dirigía con las indicaciones que le dieron en el hospital.
Una edificación de 10 pisos, enchapado de ladrillos, estilo viejo colonial, los que adoptaban un color rojizo cuando el sol lo bañaba al mediodía, y un color marrón oscuro al anochecer. Eregido sobre un mini-market de una conocida cadena, ubicado en una punta de diamante, frente a una farmacia independiente, que deberá llevar ahí más de treinta años, visibles a todas luces en su fachada y en su interior, pero que aún así se resistía al paso del tiempo y a abandonar su labor hacia la comunidad.

El ingreso al lobby se encontraba por un costado, donde se tuvo que registrar con el conserje, a pesar de explicarle la razón de su visita.

- Yo no pongo las reglas aquí, señorita. Sólo me pagan por hacerlas cumplir.

Tomó el ascensor, y su corazón comenzó a acelerarse. Sintió una gota de sudor recorrer su espalda, y al llegar a la puerta de su destino, le pareció que el número "605" que colgaba sobre el ojo mágico se burlaba de ella, moviéndose en círculos sobre su cabeza.

Quitó el seguro con la primera llave, marcada con un '1' sobre la goma amarilla que la recubría; al girar la segunda sintió cómo la puerta se abría al empujarla.

Respiró hondo, exhaló lentamente, y entró.

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